Los seres humanos estamos pre-programados genéticamente para el contacto social y emocional y para la vinculación afectiva con los demás. Por decirlo así, estamos especialmente concebidos para amar y ser amados; esta es la verdad de nuestra especie, por ello, cuando experimentamos la pérdida de un ser querido, de alguien importante y significativo en nuestras vidas, sentimos dolor. Y es precisamente esto, el dolor, lo que nos hace pasar por un proceso de duelo que, en sí, es el precio que pagamos por amar a esa persona perdida.

 

Ese dolor que experimentamos en la pérdida no es de por sí un trastorno o enfermedad, pues su importancia se enmarca dentro de un proceso natural, muy humano y adaptativo que actúa como respuesta a lo que sentimos cuando vivimos una pérdida importante. Es un camino que debemos hacer antes de poder continuar con nuestras vidas.

La pérdida del ser querido no es todo lo que perdemos cuando alguien nos deja. Su ausencia puede significar también el decir adiós a una parte de nosotros mismos, a todo aquello que compartíamos con aquella persona; costumbres, hábitos, momentos, recuerdos, amor… y desprendernos de todo eso de golpe siempre conlleva un dolor emocional que si no se atiende, puede cronificarse.

 

Si además la persona no se siente acompañada en todo este proceso, o no se le permite expresar públicamente su dolor, esto puede afectar negativamente en el desarrollo de su vida.

En nuestras sesiones de terapia acompañamos a nuestros clientes para que puedan favorecer la integración de todos esos recuerdos dolorosos de manera que se facilite la elaboración de un buen duelo, y les ayudamos a que se autoricen a expresar con libertad su dolor emocional y a hacerlo visible sin vergüenza o reparo en su entorno familiar y más próximo, para evitar así, que lo viva en un contexto de aislamiento donde la soledad emocional, social y afectiva le genere todavía más dolor añadido durante el proceso de duelo.

 

Cuando se produce la pérdida de un ser querido la sociedad y cultura occidental nos ha enseñado a ocultar, invisibilizar y desautorizar de manera injusta el dolor de quien sufre la pérdida:

  • Ver como llora o sufre alguien a quién queremos por la pérdida de un ser querido, resulta complicado de soportar; y también es sufrimiento emocional. Cuando esto ocurre, en ocasiones no sabemos cómo comportarnos, qué hacer y cómo aliviar el dolor de quien sufre. Tratamos entonces de animar a la persona con afirmaciones como: “no llores”, “ahora ya no sufre más” o “has de ser fuerte”… que en realidad poco alivian y que, sin embargo, producen el efecto contrario al desautorizar a la persona a que exprese su dolor con libertad minimizando lo ocurrido, es decir; a hacer pequeña la experiencia de vida que tuvo con la persona fallecida. Es entonces cuando la persona que sufre opta por vivir el duelo en silencio, escondiendo su dolor y el llanto a sus allegados para no trasladarles su sufrimiento.
  • La edad tampoco es justificación de la pérdida. Cuando una persona muere da igual la edad a la que ocurre, muere en todas las edades que tuvo, en todas las edades por las que pasó, y el dolor es el mismo, por lo que no sirve hacer afirmaciones como que “ya era mayor”.

 

Por otra parte, la muerte en muchas ocasiones se lleva mal, pero lo que sin duda se lleva peor es no poder hablar del ser querido que se ha ido y en el peor de los casos no haberse podido despedirse de él o ella. Este silencio invisibiliza el dolor que se siente; el no despedirse genera la sensación de que han quedado cosas pendientes que decir y contar. Todo ello puede hacer que la persona viva lo que se llama un duelo complicado.

Entonces, para que el duelo transcurra de forma adecuada la persona necesita cubrir la todas esas necesidades: de ser escuchada, de que se valide su pérdida y la experiencia por la que esta pasando y de que se reconozca el valor de esa pérdida; de quedar en paz con ella misma resolviendo todas aquellas deudas que quedaron pendientes y de poder realizar la despedida tan querida que nunca llegó a producirse. Para que el duelo se desarrolle con naturalidad, se necesita cubrir todas esas necesidades para integrar lo sucedido y poder avanzar adelante.

 

En este sentido es importante que tengas en cuenta que en la pérdida de un ser querido hay un dolor que nos destruye y uno que nos hace crecer. Es muy importante que sepas diferenciarlos:

  • El dolor que nos destruye es el que se silencia, que no se elabora y por tanto no se integra y se queda enquistado en forma de sufrimiento innecesario.
  • Y el dolor que hace crecer es el dolor que no se silencia, que se elabora y se integra y por tanto nos permite expandir nuestra conciencia.

 

En MetamorfoPsyc, nuestro reto como psicólogos en terapia de duelo es favorecer a que expandas tu conciencia durante el proceso de duelo y que recuperes la capacidad de empatizar con el mundo, para que la alegría y la pasión puedan volver a tu expectativa de vida .

Y para finalizar, ten siempre presente lo siguiente:

En la pérdida de un ser querido el duelo no es un trastorno, una enfermedad o una muestra de debilidad; es una necesidad emocional y física. Es el precio que pagamos por amar al ser querido que nos ha dejado y su única cura es vivirlo.

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